sábado, octubre 21, 2006

Vivir en Palestina!, una Entrevista a Amira Hass

A continuación reproducimos por su interés una entrevista con Amira Hass, la única periodista israelí residente en los territorios ocupados. Desde hace 11 años escribe un ensayo diario sobre la desesperación de vivir bajo la ocupación israelí. En sus artículos para el rotativo moderado israelí Ha’aretz, recopilados en "Crónicas de Ramala" (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores), Hass aboga por el entendimiento en un lugar donde el Ejército y los colonos judíos imponen la ley del más fuerte y los palestinos se ahogan ante la opresión y sus propias contradicciones.

Usted es la única periodista israelí que convive diariamente con los palestinos en Gaza y Cisjordania. ¿Cómo es su relación con los colonos? ¿La ven como a una traidora?
Amira Hass: Si hay algo que me da miedo en mi trabajo es ir a un asentamiento. Una vez fui atacada por un grupo de colonos en Hebrón. Afortunadamente, no sabían quién era, porque sino...

¿Qué ocurrió?
A.H. Un grupo de niños judíos estaba tirando piedras contra las casas de unos palestinos. Había un policía israelí viéndolo todo y le pregunté por qué no hacía nada para evitarlo. Una mujer me oyó, llamó a sus compañeras y vinieron a pegarme. Me rompieron las gafas. Fue muy desagradable.

¿El policía no hizo nada?
A.H. Verá, los colonos son los amos. Viendo lo que ocurre en los territorios ocupados puedo imaginar cómo se sentían los negros en el régimen de apartheid de Suráfrica con respecto al amo blanco.

¿Hasta qué punto influyen sobre la política israelí?
A.H. Si se sienten como amos es porque los gobiernos, desde 1967, han dejado que se conviertan en amos. La estrategia israelí consiste en controlar cuanta más tierra posible con la menor cantidad de árabes posible, y los colonos son la herramienta para ello.

Sharon ha prometido que abandonarán Gaza...
A.H. En Israel, ahora se habla de estos ‘pobres colonos’ que tendrán que abandonar sus casas
en Gaza. Controlan más del 20% del territorio y no representan más que un 0,6 % de la población. ¡Es una tremenda injusticia! La gente en Gaza no puede ir al mar porque hay asentamientos en medio. Los colonos se quedan con las mejores tierras. Y ahora lloran porque los van a echar…

Antes ha comparado esta situación con el apartheid surafricano, ¿qué otros puntos tienen en común?
A.H. Verá, en 1991, antes de que empezaran los atentados suicidas, se instauró un verdadero sistema de pases, como el que existía en Suráfrica. Se necesitan permisos para ir de Gaza a Cisjordania o viceversa, para ir a Israel o para ir de una ciudad a otra en territorio palestino. En las zonas cercanas a los asentamientos se necesitan pases para salir de las áreas palestinas en horas determinadas y a través de unas puertas especiales. Durante los últimos 15 años, Israel se ha dedicado a desfragmentar el territorio palestino y a toda su población mediante su política de ‘cierre’, que significa que los palestinos no pueden ser autorizados a ir a Israel libremente, ni entre Gaza y Cisjordania.

¿Qué ocurrió en 1991?
A.H. Fue el inicio de un cambio político. Antes, los israelíes pensaban que si abrían las fronteras y permitían a los palestinos trabajar y hacer dinero en Israel, éstos olvidarían sus aspiraciones nacionalistas, lo cual es una asunción colonialista bastante estúpida. En 1991, los israelíes se dieron cuenta de que los palestinos no iban a renunciar a sus aspiraciones, pero se necesitaba contenerlos en su territorio y no permitirlos moverse.

¿Fue una consecuencia de los acuerdos de Oslo?
A.H. Tras la firma de Oslo, los israelíes, teóricamente, dejaron de ser una fuerza de ocupación. Eso es mentira, lo siguen siendo, pero con los acuerdos en la mano pueden decir que no lo son. Por lo tanto, ahora pueden usar métodos contra la población –bombardeos, por ejemplo– que antes, como fuerza de ocupación, no podían. También es cierto que entonces los palestinos no tenían tantas armas como ahora, pero la comparación entre el armamento del que dispone cada bando sigue siendo ridícula.

¿Cuáles son las consecuencias del ‘cierre’ en la vida cotidiana en los territorios ocupados?
A.H. Al despertar, un palestino ya sabe que algún soldado arrogante le quitará las ganas de disfrutar del día. Y en los últimos cuatro años la presión ha crecido debido al incremento de los suicidas. Se necesita un permiso para todo y, encima, te construyen una carretera que desconecta tu tierra de tu pueblo o de la ciudad más cercana. Se trata de vías sólo para judíos, sin señales que indiquen los pueblos palestinos ni accesos a los mismos. Es una ausencia total de control sobre tu propia vida, tu desarrollo, tu destino. El ‘cierre’, los asentamientos y las carreteras han sido el vehículo a través del cual Cisjordania ha sido dividida y fragmentada. Los palestinos están siendo encerrados en enclaves cada vez más asediados. Yo lo llamo el gran robo del tiempo.

¿Qué quiere decir?
A.H. A diferencia de la tierra, que se puede recobrar, el tiempo no se recupera. Cada día pierdes seis u ocho horas esperando en un puesto de control para realizar un acto cotidiano.

¿Cree, entonces, que Oslo fue una victoria de Israel?
A.H. Arafat firmó un acuerdo que permitió desarrollar una forma de fingir que no se estaban ocupando los territorios, al tiempo que se consolidaba el proceso de colonización. El número de colonos casi se ha duplicado y lo que antes llamaban ‘territorios ocupados’, ahora son ‘territorios reclamados’. Y ésta es la gran victoria de Israel en estos años. El 60% de Cisjordania pasó de ser ocupada a ser reclamada. E Israel ha hecho todo lo posible para consolidar este porcentaje.

¿Es verdad que los negociadores palestinos no conocían mucho de la realidad de los territorios ocupados?
A.H. Es bastante cierto. Aunque tampoco olvidemos que eran la parte débil. Eran muy sinceros en su lectura de una solución de dos Estados, pero cometieron una negligencia total. Los que negociaron venían de países como Egipto, Jordania o Túnez, con nula tradición democrática. Al llegar no consultaron a su propia gente, que conocía mejor la situación y a los propios israelíes. Para muchos de ellos, además, fue una solución personal. Algunos enviados obtuvieron privilegios para crear empresas, viajar y enriquecerse. Otros pensaron que si atendían las demandas de seguridad de los israelíes por un tiempo, ellos garantizarían el futuro y la estabilidad de una sociedad palestina.

Y en el lado israelí, ¿la gente confiaba en la paz?
A.H. Muchos creían que se estaba creando una dinámica hacia la solución de dos Estados. Pero las estructuras económicas, políticas y militares israelíes utilizaron Oslo de una manera muy tramposa. Cuando el mundo entero hablaba de paz, ellos aprovecharon para imponer un acuerdo para la rendición palestina que les permitiera acumular la mayor cantidad de tierra posible.

¿Qué importancia tienen los aspectos económicos en el conflicto?
A.H. Para empezar, la ocupación es un gran negocio inmobiliario para muchos israelíes. Tienen toda esta tierra disponible. Si tuvieran que comprarla sería tremendamente cara. Además, genera todo un entramado económico alrededor del Ejército, la inteligencia, el desarrollo de una potente industria de la seguridad y la construcción de carreteras.

¿Cómo ve los últimos acercamientos entre el presidente palestino, Mahmud Abbas [Abu Mazen], y el primer ministro israelí, Ariel Sharon?
A.H. Se trata de un acuerdo de pacificación. Ambas partes están cansadas de tanto derramamiento de sangre. Pero es sólo un aplazamiento antes de una nueva explosión. Alcanzar la paz requiere muchos cambios, compromisos mucho más valientes.

¿Qué responsabilidades tendría que asumir cada uno de los bandos?
A.H. Para empezar, Israel, y su opinión pública, han de entender que la política actual es un desastre a largo plazo. Por otro lado, los palestinos tienen que cambiar. Hasta ahora no han sabido concertar una estrategia única. Los políticos están más preocupados por su popularidad interna que por el objetivo de la liberación.

¿Qué papel juegan los terroristas suicidas en esa lucha por la popularidad de la que hablaba?
A.H. Los suicidas siempre han sido un instrumento de las organizaciones políticas palestinas para aumentar su popularidad. No les preocupa la reacción del mundo, especialmente después del 11-S, ni cómo eso afectará a la habilidad israelí para justificar políticas y ataques futuros. La forma más fácil de venganza es un ataque suicida en el interior de Israel.

¿La Autoridad Nacional Palestina también?
A.H. No, la ANP no apoya los ataques. Su problema es no haber entendido el impacto de los suicidas en la sociedad israelí.

¿Hasta qué punto están motivados por una cuestión religiosa, ganarse el cielo y demás?
A.H. Los primeros tal vez estaban motivados por una cuestión religiosa, pero Hamas los utilizó como una herramienta contra la ANP. También hay que recordar que el primer suicida que se inmoló en el interior de Israel, en 1994, fue en respuesta a la masacre de Baruch Goldstein, que mató a 29 palestinos en Hebrón. Fue una venganza. Todo esto es una locura política, no una locura religiosa.

¿No hay nadie que cuestione el envío de suicidas?
A.H. Toda esta cuestión de los mártires, de morir por una causa, desata una gran admiración. Cuestionarlo, dicen, es una falta de respeto. Es un debate prohibido.

¿Y qué lleva a alguien a sacrificar su propia vida?
A.H. Para mí, el uso de suicidas no es una expresión de fuerza, sino de una terrible debilidad. Muestra la desesperación de la gente, la falta de horizontes.

La venganza también parece la justificación israelí. Usted relata episodios en que los soldados se comportan como bestias; como cuando dejaron el Ministerio de Cultura palestino lleno de excrementos y pintadas ultrajantes...
A.H. Sí, la psicología de la venganza no es patrimonio exclusivo de los palestinos, también es israelí. Lo que ocurrió en el Ministerio de Cultura supera a la imaginación. Aquello ocurrió en una época de terribles ataques suicidas, en 2002, y los soldados tenían esa actitud de: «¡Van a saber lo que es bueno!». Estaban vengándose.

¿Cree que ese comportamiento es parte de las órdenes?
A.H. No creo que se les enseñe a actuar así, pero cuando había atentados con víctimas israelíes, los soldados tenían licencia para matar o no andarse con miramientos. Lo sé por fuentes del Ejército. Aunque también he visto momentos de humanidad. En el campo de refugiados de Yenin, que fue completamente destruido... En medio de aquella barbaridad, un soldado de repente gritó: «¿Pero qué clase de guerra es ésta?». He visto a muchos que sufren angustia individual. No muestro sólo su bestialidad.

Antes hablaba del ‘cierre’, las carreteras y los asentamientos como instrumentos para apoderarse de tierra palestina. ¿El muro que está construyendo Sharon sería un nuevo elemento de esta política?
A.H. Es una nueva manera de robar más tierra palestina y sus efectos son devastadores. Se lo ilustraré con un ejemplo de la familia de un amigo mío. Antes de 1948 tenían un terreno de 100 ‘dunams’ (100.000 metros cuadrados). Ahora les quedan diez. Antes, para ir a Qalquilia, la ciudad más cercana, tardaban siete minutos. Ahora, casi dos horas. Hace dos años uno de los hermanos fue arrestado por juntarse con un tipo de Nablús que envió a dos suicidas a un asentamiento. Su sobrino, que fue quien lo conectó con el tipo, estuvo huido durante un año. Todo ese tiempo la familia vivió bajo la amenaza de que demolieran su casa y de que mataran al sobrino. Ahí puede ver la cadena de acontecimientos. Su vida está arruinada y, además, viven con ese muro sobre su tejado. Tome este ejemplo, multiplíquelo por miles y comprenderá la desesperación que sienten los palestinos.

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